miércoles, 1 de abril de 2009
Las palabras de las personas
Consternados, rabiosos, dijo Benedetti cuando la muerte de otro grande.
Aquí estamos, el nudo que tengo en el estómago y yo, dándole cauce a una sensación difícil de describir. Poniéndole palabras a esas imágenes que brotan de uno, sin que pueda recordar muy bien dónde las tenía guardadas.
Política, discursos políticos, palabras que oí, lugares en donde estuve, personas que conocí. Cuánto de donde uno viene pasa a formar parte de lo que uno es. Bueno o malo, a pesar o a partir.
Nací en el 82, de un par de casi adolescentes, hijos de laburantes, educados en la Universidad Pública, que cantaban las canciones de Violeta Parra, los Trovadores y Víctor Heredia. Que participaron en la vida política del pueblo donde vivíamos, que iban a cuanto acto, recital, congreso o mitín hubiera. Yo dormía entre las camperas, o jugaba con otros chicos. Algunos de ellos todavía son mis grandes amigos.
Miraba para arriba y veía los ojos llorosos de mis viejos escuchando a Don Alfonsín, que para entonces ya era presidente y yo, ya tenía algo de memoria. Me explicaban lo que estaba diciendo, porqué lo decía, aunque yo no entendía demasiado. Aunque yo no entendía, debería decir. Hoy, comprendo en qué magnitud sigue vigente el imperativo de curar, de educar, de poder comer. Porqué es necesario volver a los dictados del Preámbulo constitucional, una y otra vez.
Se suceden, regresan y se van, para volver, porfiadas, las imágenes. Los pasacalles, mi viejo sacando panza y cantando un himno desafinado en los actos de la plaza, el café en termo, hirviendo, en vasitos de plástico para calentar las noches de comité, las sillas plegables de madera, incomodísimas, que te apretaban los dedos al cerrarlas, la escuela técnica, cachito giampaoli, la comunidad gay de Totoras apoyando la candidatura de mi papá, Nina, antigua reina de las comparsas y fiscal de mesa, trajecito riguroso con pollera corta, tacos altísimos, carpeta en mano, salir a repartir votos con Maurito, la sagacidad periodística de Fontana, las pilas de revistas Humor, las placas de canal 4 con errores de ortografía, el Todavía Cantamos, el veintiúnico traje, gris con chaleco. Los que no están. Mierda, no quedó ni uno.
Entre otros bellos recuerdos, esa primavera también fue parte de mi infancia.
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