lunes, 27 de abril de 2009


Parece que viene bien un silencio para retomar con ganas las palabras.
Ayer escuché estas, escritas por el universal Nano, en la voz de una maravillosa actriz rosarina, junto a la Fuente de las Utopías, allí en la Bajada Sgto. Cabral, una de las esquinas más lindas de la ciudad.

Demasiadas asociaciones libres, ahí va:

Seria fantástico
que nada fuera urgente.
No pasar nunca de largo y servir para algo.
Ir por la vida sin cumplidos
nombrando a las cosas por su nombre.
Cobrar en especies y sentirse bien tratado
y mearse de risa y hacer volar
palomas.

Seria todo un detalle
todo un síntoma de urbanidad
que no perdiesen siempre los mismos
y que heredasen los desheredados.

Seria fantástico
que ganara el mejor
y que la fuerza no fuera la razón.
Que se instalara en el barrio
el paraíso terrenal.
Que la ciencia fuera neutral.

Seria fantástico
no pasar por el embudo.
Que todo fuera como está mandado
y que no mande nadie.
Que llegara el día del sentido común.
Encontrarse como en casa en todos lados.
Poder encantarse sin correr peligro.
Seria fantástico que todos fuéramos Hijos de Dios.

Seria todo un detalle
y todo un gesto, por tu parte,
que coincidiésemos, te dejases convencer
y fueses... como yo siempre te imaginé.

miércoles, 1 de abril de 2009

Las palabras de las personas


Consternados, rabiosos, dijo Benedetti cuando la muerte de otro grande.

Aquí estamos, el nudo que tengo en el estómago y yo, dándole cauce a una sensación difícil de describir. Poniéndole palabras a esas imágenes que brotan de uno, sin que pueda recordar muy bien dónde las tenía guardadas.

Política, discursos políticos, palabras que oí, lugares en donde estuve, personas que conocí. Cuánto de donde uno viene pasa a formar parte de lo que uno es. Bueno o malo, a pesar o a partir.

Nací en el 82, de un par de casi adolescentes, hijos de laburantes, educados en la Universidad Pública, que cantaban las canciones de Violeta Parra, los Trovadores y Víctor Heredia. Que participaron en la vida política del pueblo donde vivíamos, que iban a cuanto acto, recital, congreso o mitín hubiera. Yo dormía entre las camperas, o jugaba con otros chicos. Algunos de ellos todavía son mis grandes amigos.

Miraba para arriba y veía los ojos llorosos de mis viejos escuchando a Don Alfonsín, que para entonces ya era presidente y yo, ya tenía algo de memoria. Me explicaban lo que estaba diciendo, porqué lo decía, aunque yo no entendía demasiado. Aunque yo no entendía, debería decir. Hoy, comprendo en qué magnitud sigue vigente el imperativo de curar, de educar, de poder comer. Porqué es necesario volver a los dictados del Preámbulo constitucional, una y otra vez.

Se suceden, regresan y se van, para volver, porfiadas, las imágenes. Los pasacalles, mi viejo sacando panza y cantando un himno desafinado en los actos de la plaza, el café en termo, hirviendo, en vasitos de plástico para calentar las noches de comité, las sillas plegables de madera, incomodísimas, que te apretaban los dedos al cerrarlas, la escuela técnica, cachito giampaoli, la comunidad gay de Totoras apoyando la candidatura de mi papá, Nina, antigua reina de las comparsas y fiscal de mesa, trajecito riguroso con pollera corta, tacos altísimos, carpeta en mano, salir a repartir votos con Maurito, la sagacidad periodística de Fontana, las pilas de revistas Humor, las placas de canal 4 con errores de ortografía, el Todavía Cantamos, el veintiúnico traje, gris con chaleco. Los que no están. Mierda, no quedó ni uno.

Entre otros bellos recuerdos, esa primavera también fue parte de mi infancia.